Tuve un sueño en el que no existían hombres malos, todas las niñas guardábamos nuestras virginidades intactas y nadie conocía la maldad. Los adultos no nos apetecían, no tenían malos pensamientos, ni estaba bien visto aprender a ser hombre en la cama de una niña, los señores respetaban a sus esposas y guardaban su deseo para su amada. Era un mundo en el que el sexo no se vendía ni se compraba, las mujeres desnudas no salían en las revistas, los hombres no echaban piropos y los seres humanos eran humanos. Allí, los niños poseíamos un lugar especial y podíamos hablar y ser escuchados, no existían indefensos, ni fuertes, ni débiles y gozábamos del derecho a andar por las calles con tranquilidad, tumbarnos en el pasto a ver las estrellas en la noche y vestirnos con vestidos cortos sin que nos quisieran violar.
En mi sueño, la riqueza se compartía y todos eran ricos. Los más afortunados ayudaban a los menos favorecidos y no los juzgaban, nadie pensaba que estuviera mal que una persona sin recursos tuviera muchos hijos y no los diera en adopción o los abortara. Las mujeres no veían un embarazo como la única salida al infierno de sus familias, los padres no violaban, ni las madres se quedaban calladas. Ser pobre no significaba ser víctima y no tocaba hacer cualquier cosa a cambio de dinero. Era un lugar con esperanza y carcajadas, sin vicios, en el que las niñas pobres, no nacían para ser prostitutas y los niños, ladrones.
En mi fantasía, ninguna mamá se veía forzada a subastar a su hija mayor para no dejar morir al resto de hambre, porque en las casas no faltaba la comida, el agua y luz, los padres trabajaban y no gastaban su sueldo en licor, las chanclas de los niños eran del mismo color, los zapatos del número correcto y los ricos no les mandaban las sobras a los pobres en la basura. Tampoco existían Señoras esperando hacerle favores a las familias vendiéndonos, porque no tenían clientes a quién ofrecernos. La salud se regalaba, los niños no morían en sus casas por neumonía y los partos no se hacían entre mantas sucias y brujerías. Nacer hombre o mujer daba igual, y nuestro único deber era ir a la escuela.
Tuve un sueño en el que era niña por segunda vez, pero entonces desperté y entendí que vivía en una pesadilla en la que fui forzada a vender mi virginidad y a ser esclava sexual por un año. No sé con cuántos hombres he estado, ni puedo ponerle nombre a todas las atrocidades que he visto, sólo sé que debo encontrar la forma de volver esta pesadilla, un sueño.
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